Aquí, gente de todas las razas no duda en llamarse peruana y hace de sus dejos y sazón parte de lo nuestro. La generosidad nos la enseña la tierra poniendo manjares infinitos entre nuestras manos desde hace siglos. Los niños aprenden los colores viendo los ajíes y las frutas, y nuestras madres en casa hacen de la cocina un laboratorio de sabores y amores. Por todo ello, prefiero no aventurarme a decir por qué nuestro país es tan rico ni dónde se inicia esta inagotable fuente de sabores. Simplemente me presento. Perú, mucho gusto. Cocinar bien y entender de buen comer es tal vez la costumbre más extendida entre los peruanos. Comemos de todo y en todas las ocasiones. Cuando nacen nuevos, cuando mueren viejos, cuando los niños se hacen adultos, cuando queremos decir la verdad o alguna que otra mentira, para seducir, convencer o amar. Testigo sin omisión, una mesa bien servida. Cuando oiga decir a un peruano que la nuestra es la mejor cocina, recuerde siempre que este nada ingenuo atrevimiento nos lo da el pensar que si de sexto sentido se trata, los peruanos tenemos dos veces el del gusto. Nuestra identidad se forja en la cocina: somos exigentes comensales y, muchos, mágicos cocineros. La democracia la vivimos en nuestras mesas: siempre habrá espacio para un cebiche de lenguado fresco, un pisco sour o un arroz con pato a la chiclayana más. Nuestra capacidad de integrarnos la expresamos comiendo chifa, nombre propio de la cocina china en el Perú. Interminables y coloridos ...
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